Al menos esa es la explicación que yo daba en su día al hecho de que Estados Unidos nunca interviniese en el conflicto ruso-checheno que tantas víctimas civiles costó. O eso o que estando Rusia por medio a USA le entró el canguelo.
En todo caso, si hay algo fuera de toda duda es que la intervención de las grandes potencias en conflictos intestinos de otros países no obedece a cuestiones caritativas ni de preocupación por los derechos humanos, sino al rédito económico y geopolítico que puedan obtener a cambio.
Hemos tenido ejemplos palmarios de la intervención de las tropas estadounidenses en países como Irak e Irán por los intereses petrolíferos que representan los mismos y nuevamente volvemos a tener noticia de este interés en la amenaza hecha por Obama a Gadafi de enviar sus efectivos militares a Libia si su dictador no depone su actitud.
Todo esto vuelve a confirmar la perentoria necesidad que tenemos en Occidente de liberarnos lo antes posible de toda dependencia del petróleo, y esto sólo se consigue con un compromiso individual pero vinculante de reducir todo gasto energético en general, y del proviniente del petróleo en particular, y de apostar de una vez por todas por las producción y consumo de energías renovables.
Utilizar más el transporte colectivo en detrimento del particular, cambiar los sistemas de calefacción a gas o gasoil por los de biomasa y encender sólo las luces necesarias como hábito cotidiano y no como acto simbólico son algunos de los procedimientos que están al alcance de la ciudadanía para que ciertos países se coman su petróleo con patatas y otros se metan sus armas por donde mejor les venga.
Podemos ignorar el cambio climático pero no los miles de víctimas civiles que cuesta una guerra en la que los más poderosos se la juegan pero es la población quien pierde siempre.
Por ellas, por las personas, piensa un poco antes de encender la luz de día, de subir el termostado de la calefacción o de coger el coche innecesariamente.
En todo caso, si hay algo fuera de toda duda es que la intervención de las grandes potencias en conflictos intestinos de otros países no obedece a cuestiones caritativas ni de preocupación por los derechos humanos, sino al rédito económico y geopolítico que puedan obtener a cambio.
Hemos tenido ejemplos palmarios de la intervención de las tropas estadounidenses en países como Irak e Irán por los intereses petrolíferos que representan los mismos y nuevamente volvemos a tener noticia de este interés en la amenaza hecha por Obama a Gadafi de enviar sus efectivos militares a Libia si su dictador no depone su actitud.
Todo esto vuelve a confirmar la perentoria necesidad que tenemos en Occidente de liberarnos lo antes posible de toda dependencia del petróleo, y esto sólo se consigue con un compromiso individual pero vinculante de reducir todo gasto energético en general, y del proviniente del petróleo en particular, y de apostar de una vez por todas por las producción y consumo de energías renovables.
Utilizar más el transporte colectivo en detrimento del particular, cambiar los sistemas de calefacción a gas o gasoil por los de biomasa y encender sólo las luces necesarias como hábito cotidiano y no como acto simbólico son algunos de los procedimientos que están al alcance de la ciudadanía para que ciertos países se coman su petróleo con patatas y otros se metan sus armas por donde mejor les venga.
Podemos ignorar el cambio climático pero no los miles de víctimas civiles que cuesta una guerra en la que los más poderosos se la juegan pero es la población quien pierde siempre.
Por ellas, por las personas, piensa un poco antes de encender la luz de día, de subir el termostado de la calefacción o de coger el coche innecesariamente.
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