“El ‘ministro’ de la familia en el gobierno del Papa, el cardenal Antonelli, me comentaba hace pocos días en Zaragoza que la Unesco tiene programado para los próximos 20 años hacer que la mitad de la población mundial sea homosexual. Para eso, a través de distintos programas, irá implantando la ideología de género, que ya está presente en nuestras escuelas”.
(Demetrio Sánchez, obispo de Córdoba)
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Hay frases que no sabes si te duelen más por la sentencia en sí o por quien lo dice y, teniendo en cuenta que de las altas jerarquías católicas sólo se pueden esperar dislates como éste, me diréis que no debería sorprenderme de que un obispo suelte tal barbaridad.
Pues bien, me duele porque, aquí donde me veis más roja que un camión de bomberos, yo tuve mi época creyente en la que daba catequesis, participaba en convivencias -en alguna coincidí con Demetrio Sánchez cuando era un simple coadjutor de parroquia y me parecía un tío majo dentro de lo majo que puede llegar a ser un cura- y me sentía casi feliz porque allí se hablaba de amor incondicional y de bondad y yo me lo creí.
Hace mucho que me alejé de la iglesia porque si realmente existe ese dios del que hablan le debo el don de tener un espíritu crítico a prueba de balas. Quizás por eso empleé a fondo dicho talento en cuestionarme la paradoja que suponía predicar una cosa y vivir otra totalmente diferente.
Pero ahora, treinta años después, leo esta frase de aquel entrañable Don Demetrio y me duele porque esta vez no es sólo un dislate más de la jerarquía católica. Para mí es un recordatorio más de que en su día me mintieron y yo les creí. Y es que no hay nada más decepcionante que descubrir que has estado viviendo una mentira.