Nos han enseñado siempre a las mujeres que el amor consiste en poner la otra mejilla, en guardarnos las sobras para comer y en caminar dos pasos por detrás del otro. Según esos cánones sólo ama quien perdona incluso lo imperdonable, quien se sacrifica y quien pone al prójimo siempre en primer lugar.
Sin embargo, nunca nos enseñaron que el verdadero amor comienza por una misma y que su reflejo en los demás es lo que luego se nos devuelve multiplicado.
Me ha costado muchos dolores y lágrimas aprender que el mundo no se para porque yo diga "no", que pocas cosas son cuestión de vida o muerte y que la felicidad ajena depende de cada persona, igual que la mía propia depende sólo de lo que yo haga por crearla.
Quererse mucho no es caer en la egolatría ni ser intolerante a la frustración que crea el no poder conseguir siempre lo que se quiere. Quererse mucho es tratarse bien, despegarse de los objetos que nos estorban y de las personas que nos absorben, cuidarse como cuidariamos de un ser querido, atrevernos a hacer cosas que nos hagan sentir bien y procurarnos momentos felices con la mayor frecuencia posible.
Quererse mucho es felicitarse de corazón cuando nos salen las cosas bien, darnos apoyo y disponernos a solucionar los problemas cuando hemos hecho algo mal y tenernos presentes en los inevitables días en que la soledad nos visita para poder decir "no estoy sola, me tengo a mí".
Pero también significa aceptar que somos humanas y que tendremos días en que olvidemos lo mucho que nos queremos. Pero, a veces, basta con abrir una botella de vino o una caja de bombones, poner una ópera en el reproductor de cedés, leer un libro de poemas, o caminar a buen paso durante dos horas para reconciliarnos con nuestro yo más auténtico.
Venga, haced un esfuerzo y quereos mucho. Es duro al principio pero merece la pena.
Sin embargo, nunca nos enseñaron que el verdadero amor comienza por una misma y que su reflejo en los demás es lo que luego se nos devuelve multiplicado.
Me ha costado muchos dolores y lágrimas aprender que el mundo no se para porque yo diga "no", que pocas cosas son cuestión de vida o muerte y que la felicidad ajena depende de cada persona, igual que la mía propia depende sólo de lo que yo haga por crearla.
Quererse mucho no es caer en la egolatría ni ser intolerante a la frustración que crea el no poder conseguir siempre lo que se quiere. Quererse mucho es tratarse bien, despegarse de los objetos que nos estorban y de las personas que nos absorben, cuidarse como cuidariamos de un ser querido, atrevernos a hacer cosas que nos hagan sentir bien y procurarnos momentos felices con la mayor frecuencia posible.
Quererse mucho es felicitarse de corazón cuando nos salen las cosas bien, darnos apoyo y disponernos a solucionar los problemas cuando hemos hecho algo mal y tenernos presentes en los inevitables días en que la soledad nos visita para poder decir "no estoy sola, me tengo a mí".
Pero también significa aceptar que somos humanas y que tendremos días en que olvidemos lo mucho que nos queremos. Pero, a veces, basta con abrir una botella de vino o una caja de bombones, poner una ópera en el reproductor de cedés, leer un libro de poemas, o caminar a buen paso durante dos horas para reconciliarnos con nuestro yo más auténtico.
Venga, haced un esfuerzo y quereos mucho. Es duro al principio pero merece la pena.
1 comentario:
Ayyy...cuánta razón llevas!! Voy a quererme un ratillo. Nos vemos a la vuelta! ;-)
Publicar un comentario