Quienes tenemos ya años como para alicatar dos cuartos de baño, recordamos aquellos sermones que, desde la iglesia y tanto en misa como en el colegio, se nos daban sobre "los negritos", esas personas que eran el paradigma de la pobreza extrema y a quienes, como buenos cristian@s que éramos, teníamos que ayudar dándoles de comer y enseñándoles el mensaje de Cristo. Llegaba Navidad y había que llevar al colegio una lata de conserva para mandársela a "los negritos". Si no nos gustaba la comida que había ese día, se nos conminaba a comerla bajo el chantaje emocional de que "los negritos no tienen nada que comer" y, en clase de Religión, nunca faltaba una proyección anual de filminas en las que aparecían niños cubiertos de moscas, de cabeza grande, marcadas costillas y abultadas barrigas, y adultos con los miembros carcomidos por la lepra. Entonces, nos sentíamos los reyes del mambo porque gracias a nuestra magnanimidad, "los negritos" podían comer.
Nos fuimos haciendo mayores y empezamos a ver en la televisión series en las que "los negritos" ya no vivían en África sino en barrios americanos, hablaban español -o eso creíamos- y tenían una casa como la de cualquiera de nosotr@s pero, sobre todo, ya no pasaban hambre y eran tan monos... Eso sí, seguían estando lejos y era difícil verlos fuera de las pantallas. De hecho, la primera vez que vi a un chico negro en persona fue a los cuatro años de edad, mientras paseaba con mi padre y mi hermano, y me llamó tanto la atención que no pude por menos que exclamar con toda mi inocencia "¡mira! ¡un negro!" y mi padre me pegó tal viaje con el ejemplar del Pueblo que llevaba debajo del brazo que ya no volví a sentir extrañeza al ver a alguien más moreno que yo.
Probablemente sea esa indiferencia ante la apariencia física la que hizo que, años después, no lograra entender por qué, en Estados Unidos, l@s negr@s eran ciudadan@s de segunda, por qué a Rosa Parks se le conminó a levantarse de su asiento en el autobús, por qué Martin Luther King fue asesinado y por qué unos mamarrachos que iban disfrazados como si estuvieran en Semana Santa se dedicaban a linchar a personas negras sólo por el hecho de serlo.
Tampoco entendí por qué en España se empezó a apalear a inmigrantes en general y a personas negras en particular; por qué le dieron una paliza a un compañero de trabajo, nacido en Guinea Ecuatorial, pero nacionalizado español desde hacía años y que había aprobado sus oposiciones en la misma promoción que yo.
Ahora, que los últimos restos de mi inocencia amenazan con irse definitivamente a la mierda, empiezo a entenderlo todo. Ya no somos aquellos reyes del mambo cuya generosidad y benevolencia permitía que "los negritos" comieran mientras el resto de sus necesidades ni siquiera existían para nosotr@s. Sólo somos un@s etnocentristas de mierda cuya autoestima depende de que podamos sentirnos superiores a alguien, porque sentir pena por otra persona sólo se lo permiten quienes se creen mejores que el resto, y ahora, que ya no nos queda nadie de quien compadecernos porque "no sólo de pan vive el hombre" y la palabra de Dios se la pasan por el arco de triunfo, ya no nos gustan tanto "los negritos".
Con lo monos que eran cuando no sabían que tenían derechos...