Cada vez me sorprendo más a menudo mirando hacia atrás en busca de tiempos pasados, pero no a lo que ha sido mi vida en estos últimos meses o años, sino a los recuerdos que conservo de una edad mucho menor que la que ahora tengo.
De repente, me encuentro tarareando canciones que no había vuelto a escuchar desde hacía mucho tiempo, acuden a mi mente las tablas de queso y paté del Jacaranda, las cervezas grandes de los viernes en El Gallo, las charlas con Ignacio y Santos sobre historia, las risas con Manolo, las conversaciones sobre música, política y arte con Marga, la alegría contagiosa de Rafa y Mamen y mis horas muertas sentada en Zocodover observando a la gente.
Busco entre mis sueños de entonces y sólo encuentro un montón de promesas incumplidas y de proyectos muertos de risa. Indago entre aquellas sensaciones y obtengo por respuesta una única pregunta: qué ha cambiado tanto como para no reconocer en mi imagen actual a esa joven tan llena de ilusiones, qué me ha alejado tanto de aquellas personas tan queridas.
Pero después de una sobredosis de añoranza, de emocionarme hasta las lágrimas con la música y los recuerdos, de recrear en mi mente los aromas y sabores de antaño, siempre acude mi mirada en el espejo para recordarme que al menos, aún quedo yo para contarlo y que sólo depende de mí conservar la frescura de entonces.
De repente, me encuentro tarareando canciones que no había vuelto a escuchar desde hacía mucho tiempo, acuden a mi mente las tablas de queso y paté del Jacaranda, las cervezas grandes de los viernes en El Gallo, las charlas con Ignacio y Santos sobre historia, las risas con Manolo, las conversaciones sobre música, política y arte con Marga, la alegría contagiosa de Rafa y Mamen y mis horas muertas sentada en Zocodover observando a la gente.
Busco entre mis sueños de entonces y sólo encuentro un montón de promesas incumplidas y de proyectos muertos de risa. Indago entre aquellas sensaciones y obtengo por respuesta una única pregunta: qué ha cambiado tanto como para no reconocer en mi imagen actual a esa joven tan llena de ilusiones, qué me ha alejado tanto de aquellas personas tan queridas.
Pero después de una sobredosis de añoranza, de emocionarme hasta las lágrimas con la música y los recuerdos, de recrear en mi mente los aromas y sabores de antaño, siempre acude mi mirada en el espejo para recordarme que al menos, aún quedo yo para contarlo y que sólo depende de mí conservar la frescura de entonces.
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