lunes, 27 de mayo de 2019

POR MÉRITOS PROPIOS

No me sorprenden para nada los resultados  de la sobredosis electoral que hemos tenido este año; tampoco la euforia de quienes van a llevarse el gato al agua mediante un pacto entre perdedores, la pataleta de quienes no han sacado lo que esperaban y el conformismo de quienes, por una parte, alardean de haber sido la lista más votada y de quienes, por otra, piensan que podría haber sido peor.

Quizás nos convendría acabar de entender de una vez que, dejando "esas leyes que tanto nos perjudican", los resultados electorales son un fiel reflejo de nuestro comportamiento ciudadano y cotidiano durante los cuatro años anteriores y, en una sociedad en la que, en el día a día, nadie asume responsabilidades y le echa la culpa de todo a las circunstancias, que espera que la solución a los problemas venga de fuera, que premia la mediocridad en detrimento del trabajo bien hecho porque "todo el mundo tiene derecho a equivocarse" o "todo el mundo lo hace y no pasa nada", que considera un héroe a quien más ruido hace y que olvida que el derecho al voto es inherente a todas las personas independientemente de su (in)corrección política o de su catadura moral, no podemos esperar que quienes nos representan en las instituciones sean mucho mejores.

En unas elecciones, en las que he tenido que hacer grandes esfuerzos para vencer la pereza de salir de casa a votar y en las que lo he hecho ya no tapándome la nariz sino entrando directamente en apnea, no seré yo quien se lamente de los resultados cuando ningún partido ha ofrecido nada valioso ni factible y sólo han vendido la idea de "echar al otro". 

Reconozcamos de una vez que la verdadera política no es la que hacen los partidos sino la que hacemos como ciudadanía en nuestros actos cotidianos con nuestros hábitos y costumbres. Mirémonos bien por dentro, aceptemos que, más allá de nuestro selecto círculo de pretendida corrección política, hay personas que están en las antípodas del mismo y que también tienen un legítimo derecho al voto. Observemos a nuestro alrededor, atrevámonos a asumir en qué situaciones no somos tan diferentes de quienes tanto denostamos y pongamos remedio a eso. Quizás sólo entonces merezcamos realmente algo mejor de lo que tenemos.