Sería hipócrita por mi parte no reconocer que, hasta hace relativamente poco, habría celebrado la retirada de la estatua del marqués de Comillas, con el mismo alborozo con que se está haciendo hoy por una buena parte de la ciudadanía de Barcelona.
Pecaría de ignorancia, sin embargo, si no reconociese la inutilidad a largo plazo de la retirada de símbolos, en un intento de pedir perdón por una parte de la Historia en la que no tuvimos que ver pero de la que sólo nos quedamos con el sesgo más conveniente a intereses no siempre loables. Como ejemplo, sólo tenemos que ver que la prohibición de toda referencia al régimen nazi en Alemania no ha evitado el repunte de la xenofobia y el racismo en dicho país.
Antonio López, marqués de Comillas, fue tanto un benefactor de causas de moralidad más o menos discutible, como mecenas de grandes artistas y apoyo de políticos ineptos, gracias a una cuantiosa fortuna derivada, entre otras fuentes, de la trata esclavista.
Sí, hace relativamente poco habría celebrado dicha retirada por una perversa falacia de composición en la que todo el mundo hemos caído en diferentes ocasiones. Sin embargo cuando, a mis cincuenta y tres años, he tenido que recordar historias recientes pero prematuramente olvidadas a personas algo más jóvenes que yo , y vivo una sensación de déjà vu cada vez que abro la prensa o analizo con atención el momento sociopolítico presente, me doy cuenta de que la Historia sólo nos sirve si estamos dispuestas a escuchar todos los relatos que la conforman.
Yo hoy no celebro la retirada de la estatua de Antonio López ni pido un cambio en el nombre de la plaza que la alberga porque, sencillamente, no la habría quitado. Para mí habría sido mucho mejor poner un panel, como los que hay en otros lugares, narrando tanto las luces y las sombras de este personaje, colocar en un lugar cercano y visible un recuerdo-homenaje a la memoria de Idrissa Diallo y trabajarse una política realmente eficaz, más allá de los efectos especiales de todo acto simbólico, encaminada al cierre de los CIE.
No puedo celebrar el pretendido valor de un acto de penitencia impostado porque la verdadera valentía que requiere la capacidad de pedir perdón no está en tapar las vergüenzas por los pecados cometidos sino en afrontarlas y tenerlas presentes para no olvidar ese propósito de la enmienda que es lo único que da sentido a todo acto de contrición.
Sí, hace relativamente poco habría celebrado dicha retirada por una perversa falacia de composición en la que todo el mundo hemos caído en diferentes ocasiones. Sin embargo cuando, a mis cincuenta y tres años, he tenido que recordar historias recientes pero prematuramente olvidadas a personas algo más jóvenes que yo , y vivo una sensación de déjà vu cada vez que abro la prensa o analizo con atención el momento sociopolítico presente, me doy cuenta de que la Historia sólo nos sirve si estamos dispuestas a escuchar todos los relatos que la conforman.
Yo hoy no celebro la retirada de la estatua de Antonio López ni pido un cambio en el nombre de la plaza que la alberga porque, sencillamente, no la habría quitado. Para mí habría sido mucho mejor poner un panel, como los que hay en otros lugares, narrando tanto las luces y las sombras de este personaje, colocar en un lugar cercano y visible un recuerdo-homenaje a la memoria de Idrissa Diallo y trabajarse una política realmente eficaz, más allá de los efectos especiales de todo acto simbólico, encaminada al cierre de los CIE.
No puedo celebrar el pretendido valor de un acto de penitencia impostado porque la verdadera valentía que requiere la capacidad de pedir perdón no está en tapar las vergüenzas por los pecados cometidos sino en afrontarlas y tenerlas presentes para no olvidar ese propósito de la enmienda que es lo único que da sentido a todo acto de contrición.