Por si no tenían bastante con decirnos qué días tenemos que estar felices y llevarnos bien con el prójimo, tener un detallito con nuestras madres o nuestras parejas o comprar lo que no nos hace falta sólo porque sí, ahora llevamos un par de años en que a alguna mente iluminada se le ha ocurrido que el tercer lunes de enero tenemos que estar tristes por real decreto. Culpan de ello a la cuesta de enero, como si no hubiera cuestas mayores como la de septiembre para quienes tienen criaturas en edad escolar, al frío -será que el resto del invierno tenemos un clima tropical subsahariano, no te jode- o a que ya se empiezan a desinflar los buenos propósitos para el nuevo año cuando ya deberíamos saber que los cambios sólo son efectivos cuando se hacen de manera paulatina y, por supuesto, voluntaria y no impuesta por las modas.
Pues yo me niego. Sí, es lunes, es el tercer día de una semana que me tocará trabajarla entera del tirón y estoy hecha polvo por culpa de un cólico nefrítico pero, aunque sólo sea por llevar la contraria, pienso pasar este día de la mejor manera posible.
Ya puesta a ir contracorriente, me adelanto a mañana y aprovecho para felicitar a todos los seres que me rodean, independientemente del nivel taxonómico al que pertenezcan, y, en especial, a la subfamilia ovina.