"No pienses" me dicen cuando me ven con menos ilusión que de costumbre, cuando la sonrisa sólo es una forma de no dejar que las lágrimas caigan o la manera de disimular una mueca ante el dolor.
"No pienses" me digo yo en un intento de conjurar la tristeza, de engañar la decepción, de acelerar un duelo que necesita su proceso sine die.
Pero, quiera o no, pienso. Pienso en la maldita hora en que me operé cada vez que dudo por la mañana entre ponerme un sujetador con relleno o una pashmina; pienso en ello cada vez que veo en el armario toda aquella ropa tan bonita que me compré pensando en estrenarla cuando saliera del hospital, pienso cada vez que, al menor movimiento, siento los mismos latigazos que antes de la intervención, pienso cuando tengo que pedir ayuda para subir una maleta, cuando no puedo hacer las mismas cosas que antes, cuando necesito tirar de analgésicos para calmar el dolor de la "teta fantasma"...
No, el pensamiento no es siempre un acto voluntario.