"No, mamá. Voy a quedarme aquí a terminar mi desayuno."
(Deborah Kerr en Separate Tables)
Hoy he vuelto a sentirme como una reencarnación de Proust y es que, a veces, cualquier gesto, por pequeño que sea, es capaz de recrear tal torbellino de recuerdos que el viaje en el tiempo llega a ser vertiginoso.
Hace una hora, estaba aliñando una ensalada para acompañar mi tortilla de patatas y, de repente, me he visto con treinta años menos, en aquella mesa llena de criaturas que mi padre había mandado fabricar ex profeso para que cupiéramos tod@s. Cenas multitudinarias, remojadas con un gran vaso de gaseosa, en las que yo partía la tortilla a daditos y la enterraba con la ensalada para que así se enfriara antes. Cenas bulliciosas en las que yo, atravesando una de mis muchas y sempiternas rachas de melancolía, comía en silencio sintiéndome, nunca supe por qué, como aquella apocada Sibyl de Mesas Separadas.
Años después, sigo sintiendo un cariño especial por Sibyl y, cada vez que veo esta película, me emociona la ternura que desprende su personaje.
Seguro que hoy la tortilla sólo ha sido una excusa para reconfortarme con la inocencia olvidada.