jueves, 1 de agosto de 2013

PERDONEN QUE NO ME ALEGRE


Abro mi Facebook y dos de los temas recurrentes en los últimos días son la repentina comprensión y respeto que la población LGTB suscitamos en el Papa Francisco y la decisión de Vladimir Putin de no aplicar sus recientemente aprobadas leyes homófobas durante los Juegos Olímpicos de 2014. Supongo que, por ello,  habrá quienes, desde una perspectiva heterocentrista, piensen que éstas son grandes noticias y que deberíamos alegrarnos por ello.


Pues no, no es una gran noticia el presunto buen rollito de un Papa que, durante su cardenalato, definió nuestra equiparación de derechos civiles como un plan satánico ni que un presidente, que permite la absoluta represión de la población LGTB en su país, ahora pretenda lavar su imagen durante un evento que, sin duda, va a dejar pingües beneficios en el sector turístico.


No, no me alegra que, de nuevo, se nos vuelva a utilizar con fines proselitistas, políticos o económicos y que se nos considere como pajaritos que van a conformarse con unas cuantas migajas en el alcorque.

Ante la sempiterna pregunta de que qué más queremos, vuelvo a dar la misma respuesta: como personas que tenemos los mismos deberes que el resto de la población, queremos los mismos derechos hoy y todos los días y, sobre todo, que nos dejen en paz de una maldita vez.

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