Vivo y trabajo en un barrio de Zaragoza lo suficientemente apartado del centro como para que, después de veinticinco años, aún haya rincones por los que no haya pasado apenas. Más aún si esos rincones están en la margen izquierda del Ebro pues no suelo cruzar los puentes salvo que tenga que ir a algún lugar a propósito y, casi siempre, suelo hacerlo en autobús o tranvía.
Sin embargo, ayer tuve ocasión, después de una visita guiada de esas a las que me llevo apuntando desde el año pasado, de pasarme por el balcón de San Lázaro, uno de los lugares favoritos de las parejas zaragozanas para hacerse sus fotos de boda. De hecho, coincidimos con cuatro parejas en el mismo sitio.
No sé si fueron las bodas, o el momento en que pasó un autobús por el puente de Piedra, pero mis recuerdos se fueron a una postal de las que mi padre le mandaba a mi madre cuando aún festejaban. Mostraba la imagen de un atardecer sobre el puente y la basílica, tomada desde un poco más cerca de donde yo estaba anoche.
Desde entonces, hace casi cincuenta y tres años, han pasado muchas cosas: mi padre se casó con mi madre, nacimos cuatro hermanas y tres hermanos, crecimos, vivimos, nos hemos independizado, hemos creado nuestras propias familias y mi padre nos dejó ya hace tres años y medio, pero ver cómo lucen igual de bonitos el puente de Piedra y el Pilar tanto tiempo después me recuerda que vengo de un amor que siempre me acompañará.
3 comentarios:
Una foto y una reflexión preciosas.Enhorabuena
Gracias, quienquiera que seas.
Qué bonito... gracias por compartir esto con nosotros.
Publicar un comentario