Nunca agradeceré lo suficiente la fortuna de tener como don el afán por la lectura. Aunque leer a Sócrates me ha hecho consciente de que cuanto más sé más me queda por aprender, empiezo a sentir una mezcla de compasión y apatía hacia las personas para quienes la lectura es un valor a la baja y es que, cuando nos ceñimos sólo a lo que "los nuestros" nos cuentan o, como mucho, nos fijamos exclusivamente en titulares efectistas o frases rimbombantes pero descontextualizadas, nos quedamos en la puerta del conocimiento mientras nos perdemos el inmenso placer de la búsqueda de ideas.
Sería bueno leer, y releer de vez en cuando, a John Donne, para recordar que no somos seres aislados y que nuestras acciones inciden en el resto de la humanidad; a Thoreau, para tener presente el poder que tenemos como ciudadanía; a Chomsky, para que nos quede claro que la libertad de expresión es bidireccional incluso para esas opiniones con las que no estamos de acuerdo; a Francisco Ibáñez, para volver a la infancia; a Pérez Galdós y a Brecht, para recordar de qué historia estamos hechas; a Blasco Ibáñez para darnos cuenta de que no hemos inventado nada; las etiquetas de los productos que consumimos, para saber qué nos estamos echando al cuerpo; prensa de todo tipo, para conocer todos las perspectivas y decidir con cuál nos quedamos si es que nos quedamos con alguna; a Galeano, para pensar mientras nos emocionamos y a Benedetti, para reconciliarnos con la vida.
Es bueno leer de vez en cuando y desenroscar la boina antes de que se oxide y se nos quede pegada a la cabeza.
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