De repente, llega un tiempo inesperado en el que esas heridas que creíste cerradas desde hace tanto vuelven a doler y te das cuenta de que necesitas desbridarlas. Entonces sangran como nunca lo habían hecho y tienes que meter la erina hasta dentro para asegurarte de que no queda ni rastro de purulencias. Cortas los esfacelos con cuidado pero sin piedad hasta quedarte en carne viva y pasas las noches aullando de dolor pero, mientras te haces la cura diaria, observas el proceso, ves que el tejido se va regenerando y sientes que te estás curando bien; pasan los días, se forma la postilla, la herida ya sólo pica y sientes que por una vez te estás tratando bien.
Si has llegado hasta aquí, ya has pasado lo peor.
Si has llegado hasta aquí, ya has pasado lo peor.
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