Fotografía: Laureano Valladolid/EFE
Recuerdo que, cuando era cría y los sistemas de seguridad no estaban tan perfeccionados -o quizás no se tenía tanta obsesión como ahora- había gente que protegía sus patios mediante muros de ladrillo rematados por arriba con una capa de cemento en la que se habían insertado vidrios rotos; de hecho, me llamó la atención ver una protección semejante hace pocos años en un solar del barrio de Gràcia, en Barcelona.
Pasaron los años, adquirimos mayores bienes materiales y alcanzamos un estado de confort incomparable con el de anteriores generaciones, pero no por ello fuimos más libres ya que el sistema se encargó de meternos en el cuerpo el miedo a que "el diferente" nos robara todo lo que con tanto esfuerzo habíamos conseguido. Por eso, en vez de implementar políticas eficaces contra la exclusión o trabajar por la igualdad, se invirtió en mejorar la seguridad aun a costa de aislarnos en guetos haciéndonos creer que l@s segregad@s eran l@s otr@s.
Siempre fue más fácil poner vallas que inculcar el respeto por el espacio ajeno; más sencillo sembrar la discordia que afrontar los problemas y menos complicado buscar enemig@s fuera que asumir que quien de verdad nos ataca es quien dice protegernos y quien realmente merecería por ello una concertina de cuchillas.
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